Nunca me ha gustado marcar el comienzo de algo porque todo comienzo trae desde el principio un final. Y los finales dicen que no son buenos, dicen. Y a mí me parecen estupendos sobre todo cuando la película es mala y los actores ya se han cansado de fingir, ahí solo te salva el fin.
Pero no es fácil decir adiós y dejar de pasar página para cerrar el libro y menos para las personas orgullosas. El orgullo es esa sombra que camina contigo y aparece cuando en tu vida brilla el sol y todo va bien. Si te va mal no te preocupes, probablemente tu orgullo esté tomándose una cerveza y esperando a que la suerte aparezca por tu vida para adelantarla por la izquierda.
Yo no digo ese orgullo de querer ser el primero o el mejor, yo digo ese orgullo que se agranda cuando surge un sentimiento amable.
Ese orgullo que no te deja ser quien lleve la iniciativa.
Ese orgullo que se confunde con timidez o mala educación.
Ese orgullo que no te deja ir de frente.
Y a mí me ha gustado de siempre ir de frente y por derecho. Pero no.
No esperes que tu orgullo deje de crecer si se tropieza con otro orgullo que es más grande que él. Entonces se viene arriba y empieza la lucha armada. El orgullo no entiende de barcos, preparaos para los daños irreparables, las miradas que duelen y los desaires que matan.
Atención a aquellos que os observen y a los que os rodeen, que aquí se ha declarado una guerra que va a salpicar a quien pase por vuestro lado. Y no os va a importar. Porque aquí nada es lo que parece y en el fondo ese es el fin del orgullo: solapar a otro sentimiento.
Pero…¡shhh! No dejéis que nadie se percate de que debajo de la armadura y del caminar en paralelo, hay otro sentir que a ojos de cualquiera os haría débiles y más ante los del adversario.
Que no, que no, que esta guerra no se puede quedar así. Que un alto al fuego no está permitido, que aquí el primero que se rinde tiene que decir lo siento y confesar que ese orgullo tapa un amor de esos de otro mundo.
Y no creáis que no, que a veces caen los dos bandos y le ponen un no comienzo a una guerra sin armas, que lo mismo no es perfecta, pero nadie lo es. Y se reparan los daños. Y se empiezan a contar los años.
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