'Swing’, el baile que se impone como un estilo de vida
Sí, el lindy hop atrapa. Quienes lo empiezan a bailar no tardan en sentirse atraídos por su música, sus figuras, su buen rollo y hasta por su look. Y es que, a juicio de los entendidos, es mucho más que un baile; casi una terapia. Un estudio reciente de la Arizona Lindy Hop Society, que propone la práctica de estas coreografías en los colegios, afirma que «incrementa la autoestima, mejora la percepción del entorno, potencia el ejercicio físico y disminuye las dificultades de relación y comportamiento». Quizá esa sea la razón que ha motivado la apertura de una veintena de escuelas en nuestro país en los últimos 15 años y que ya haya más de 3.000lindyhoppers españoles (se calcula que existen unos 40.000 en el mundo), principalmente en Madrid, Barcelona, Valencia y Vitoria. Una dura competencia para la bachata y el reguetón.
En España, este fenómeno llegó a finales de los años 90 de la mano de Lluis Vila, el primer profesor en inaugurar un centro en la Ciudad Condal, al que trajo profesionales americanos.
Tiene sentido. El lindy apareció en los años 20, en pleno periodo de entreguerras, en un momento en el que la población necesitaba desconectar, brincar y llenarse de energía y buenas vibraciones. De ahí su libertad de movimiento, que se debate entre los ritmos afroamericanos –fueron principalmente los ciudadanos afroamericanos quienes lo popularizaron– y el charlestón. No hay más reglas que seguir la música, guardar la conexión con la pareja (aunque no siempre) y sonreír.
El primero, en el que surge, se desarrolla y se consolida, se sitúa en Nueva York, aproximadamente entre 1927 y 1945. En la ciudad, el swing se adueñó de los salones de baile de Harlem, especialmente del Savoy, el Cotton Club, el Roseland y el Apollo Theater, en plena explosión de las big bands. Tanta fue su repercusión que la revista Life lo declaró baile nacional en su número del 23 de agosto de 1943.
En la segunda etapa, de 1945 a 1980, este movimiento sufre un gran parón, debido a que los impuestos a los clubs de música derivados de la crisis postbélica son muy altos. Las bandas, en consecuencia, no tienen más remedio que desaparecer y la irrupción del rock and roll, el bebop o el cool jazz acaban por desplazar al lindy.
De 1980 hasta hoy, este estilo ha revivido en Estados Unidos, Reino Unido y Suecia y se ha extendido, con mayor o menor impacto, por todo el mundo. Películas como The Artisto El gran Gatsby han contribuido también a su proliferación. En Francia, por ejemplo, en los últimos tiempos el número de bailarines se ha multiplicado por seis.
Y es que desde sus inicios, y a pesar de los vaivenes de su historia, el lindy hop ha conservado un denominador común que aún perdura hoy en día: siempre se asocia a una estética muy concreta y quienes siguen fielmente esta (que algunos ya llaman) cultura rememoran la vestimenta y los peinados que pasearon por el Savoy durante los años 30 y 40. Así, arreglarse para ir a bailar se convierte en un aliciente más para profesores y alumnos, quienes, en ocasiones, también trasladan este estilo a su imagen diaria. Elswing, por tanto, también ha permitido que prolifere el negocio de la moda retro.
El negocio crece y firmas como Keds o Victoria ya patrocinan estas reuniones en las que el sentimiento de comunidad se respira por todas partes: muchos participantes ofrecen alojamiento en sus casas o comparten gastos.
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